Un balance honesto de todo lo que el Modernismo
brasileño legó debe incluir, en rojo y en el “debe”, esa especie de
nacionalismo endémico que recorre la historia literaria del Brasil en el
siglo XX, la paradójica antropofagia ejecutada por un indio rousseauniano,
según la imagen del crítico Franklin de Oliveira, que impide hasta hoy el
diálogo fluido con el resto del Continente. No se trata sólo de insularidad
lingüística, por más que ésta pese, sino de cierta vocación brasileña por el
monólogo, autoritaria, mientras otras culturas latinoamericanas buscan el
diálogo. La reacción a ese provincianismo cultural no suele ir más allá del
ámbito académico, en particular el esfuerzo de los departamentos de Español
de las universidades, y casi nunca surge desde las manifestaciones
artísticas, desde la actividad cultural como creación.
El poeta Floriano Martins (Fortaleza, 1957) es de los pocos artistas que
se inscriben en esa reacción que implica una búsqueda, casi empecinada, del
contexto continental, incluso como manera de comprender y evaluar mejor la
cultura de su país. De Angel Rama se murmuraba que no dormía. De Martins se
podría sospechar que ha hecho un pacto con los dioses solares del tiempo en
su moroso Ceará natal, y que de ese pacto surge la versatilidad de su obra,
desde su trabajo como traductor del español (es responsable, por ejemplo, de
la ardua versión al portugués de Delito por bailar el chachachá de Cabrera
Infante, o la de los Poemas de amor de García Lorca, ambas en 1998), su
ensayística (El corazón del infinito. Tres poetas brasileños, Toledo, España,
1993, para citar uno, “interlingüístico”). Y también sus clases, encuentros,
performances en Panamá o Costa Rica o México, sus diálogos con poetas
latinoamericanos, publicados algunos en internet, otros en el espléndido
Escritura conquistada, de 1998, donde comparecían las uruguayas Amanda
Berenguer y Circe Maia, sus artículos instigadores, tantas veces rebeldes
frente al establishment del periodismo cultural, en diarios brasileños,
portugueses, latinoamericanos, de Argentina a México. Y todo esto sin olvidar
la sólida obra poética que viene construyendo (que incluye piezas en lengua
española), y que reunió, en parte, en su Alma em chamas de 1998.
En 2001, aparecieron los poemas de Cenizas del sol, en versión trilingüe
(español, portugués, inglés) en Andrómeda, una lujosa edición costarricense,
presentados en contrapunto con las imágenes de las esculturas de Edgar
Zúñiga, uno de los mayores artistas plásticos de Costa Rica. El libro se
cierra con dos entrevistas, la realizada por Martins a Zúñiga y la inversa.
Se trata de trece poemas en prosa de 1991 (publicados entonces en Río de
Janeiro), cuya versión inglesa, a cargo de Margaret Jull Costa, había
figurado en The myth of the world (The Dedalus Book of Surrealism), Londres, 1994, y que
la actual edición costarricense reproduce. La versión española estuvo a cargo
del poeta uruguayo Saúl Ibargoyen y del mexicano Benjamín Valdivia.
Desde el título, sugerido por un pasaje de Arcane 17, de André Breton, el
texto se inscribe en la vertiente surrealista que signa gran parte de la obra
de Martins, una poesía renuente a los “ismos”, pero que encuentra en la
escritura automática una manera, poderosa en su caso, de reacción frente al
parnasianismo burocrático y residual de cierta poesía brasileña.
El año 2001 también marcó la aparición de Extravio de noites/ Extravío de
noches, once poemas sin títulos, algunos en prosa, presentados por Ed. de
Orpheu de Caxias do Sul, Río Grande, en forma bilingüe, portugués y español.
Se trata de una paradójica poesía erótica donde el cuerpo comparece mediado
por espejos, fotos, páginas (“las páginas de tu cuerpo”), al punto que el verdadero
motivo temático del poemario resulta la memoria, “cena de fantasmas, la
memoria/ sirviendo sus mejores platos”.
La obra más significativa de Martins en 2001, aparecida a fines del año,
se encuentra sin embargo en O começo da busca. O Surrealismo na poesia da América
Latina, en Ed. Escrituras, de San Pablo. Se trata de la primera antología de
poesía surrealista latinoamericana, precedida de un ensayo introductorio y
seguida por cinco artículos y entrevistas. Existen sin duda antologías
locales, además de la Antología de la poesía surrealista latinoamericana,
México, 1974, del rumano Stefan Baciu y la Antología de la poesía surrealista
(en lengua española) de Ángel Pariente, 1985, o experiencias como la
Antología de la poesía surrealista de lengua francesa, Buenos Aires, 1961, de
Aldo Pellegrini. Pero falta en ellas, en particular en la de Baciu, “latinoamericana”,
la presencia de los poetas brasileños. Martins viene a llenar ahora ese vacío
literalmente “continental”.
Para su factura, Martins desecha la tesis de Baciu de un
“parasurrealismo”, es decir, incorpora el grupo de poetas cuya obra incluye
una vertiente surrealista, pero que no asumen, o no siempre asumen los
preceptos del movimiento. Descartada la exigencia de fidelidad al estricto
método surrealista de creación, Martins se siente autorizado a incluir, por
ejemplo, la obra de Octavio Paz durante los '50, y si excluye una obra como
la de Olga Orozco, es meramente por una ineludible negociación editorial de
espacio y representatividad. Por otro lado, el autor rechaza la idea de
Surrealismo ligada a un tiempo histórico, como un “ismo” más entre el aluvión
de las vanguardias modernas, una periodización que podría propiciar cierta
idea de “atraso” diacrónico, en el Continente, respecto al movimiento
parisiense de 1924.
En 1974 Octavio Paz reunió artículos y conferencias sobre el surrealismo
en su libro La búsqueda del comienzo, que implicó “una delimitación de
raigambre historicista a la acción surrealista”. Martins prefiere “el
comienzo de la búsqueda”, que da título a su volumen, a sabiendas de que el
surrealismo no es intrínsecamente “hecho histórico” sino ángulo de
contrapunto a la poesía constructivista que también atraviesa la poesía
continental. “Toda la modernidad”, dice Martins, “aun en sus avatares esteticistas o cientificistas,
sufrió el impacto de una erupción onírica u obtuvo al menos la información de
un fervor animista, sea en el vientre oculto de su propia matriz cultural o
despertado por identificación con otras culturas”. Y uno agregaría: toda la
modernidad, menos la uruguaya.
No hay, en efecto, un único uruguayo entre los doce poetas, largamente
ilustrados, de esta antología. El “(casi) inexistente surrealismo uruguayo” del que habla el poeta
Eduardo Espina (“De la jungla de Lautréamont a Selva Márquez”, Revista Iberoamericana, 1992) brilla,
literalmente registrado, por su ausencia. Y esa carencia está sin duda en la
base de cierto “tono menor” de la lírica nacional que atraviesa el siglo XX
desamparada, conformada muchas veces frente al constructivismo positivista y
burgués.
Martins privilegió la sólida representación de cada poeta, y no el número
de autores. Comparecen aquí: Aldo Pellegrini (Argentina, 1903-1973), el poeta
que desde la revista Qué, de 1928, divulgó y trabajó el automatismo; César Moro (Perú, 1903-1956),
el limeño de lengua francesa que rehusó su idioma materno, a veces aun en su
vida privada, pero volvió a ella en México, tal vez movido por el amor de un
hombre; Enrique Molina (Argentina, 1910-1996), el surrealista heterodoxo y
apasionado; Emilio Adolfo Westphalen (Perú, 1911-2001), compañero de Moro aun
en sus provocaciones contra Vicente Huidobro; Octavio Paz (México,
1914-1998); Enrique Gómez-Correa (Chile, 1915-1995), poeta del grupo
Mandrágora, de la noche y la magia del “poema negro”; Juan Sánchez Peláez (Venezuela,
1922), propulsor del surrealismo en su país; Ludwig Zeller (Chile, 1927),
creador de la Casa de la Luna, perseguido en su país, residente después en Canadá y
hoy día en México; Juan Calzadilla (Venezuela, 1931), un pilar de la mítica
revista El techo de la ballena en la Caracas de los '60; Roberto Piva (Brasil, 1937) y
Sérgio Lima (Brasil, 1939), los dos poetas de lengua portuguesa que, junto a
Claudio Willer, se inscriben en una vertiente surrealista que al mismo tiempo
rechaza los principios programáticos del movimiento; y Raúl Henao (Colombia,
1944), quien propone enlazar embriaguez y sobriedad, sueño y vigilia.
Sin duda, como toda antología, hecha además por un poeta, el conjunto
revela y pone “en abismo” el doble juego entre la representatividad y la
estética del antologista. Para ampliar las perspectivas de acceso al
surrealismo continental, Martins cierra el volumen con cuatro entrevistas
conducidas por él mismo en los últimos años (a Roberto Piva, a Ángel
Pariente, a Francisco Madariaga y a Sérgio Lima) y un artículo sobre la
estética de Enrique Molina. Por vocación, el libro importa en todo el
Continente, pero acaso más entre nosotros, y justamente por el motivo
inverso, por la falta de esa vocación irracional y onírica en el positivo,
cartesiano Uruguay.
|
[2002]
[Sobre
los libros: Cenizas del Sol, de Floriano Martins y
Edgar Zúñiga. Ediciones Andrómeda. San José de Costa Rica, 2001. 91 págs. | Extravio de Noites/
Extravío de Noches, de Floriano Martins.
Ed. Poetas de Orpheu. Caxias
do Sul, 2001. 28 págs. | O Começo da Busca. O
Surrealismo na Poesia da América Latina, de Floriano Martins. Ed. Escrituras, San Pablo, 2001. 288 págs.]
|
segunda-feira, 8 de setembro de 2014
ALFREDO FRESSIA | En busca del surrealismo
Marcadores:
Abraxas,
Alfredo Fressia,
Crítica,
Floriano Martins,
Poesia,
Surrealismo
Assinar:
Postar comentários (Atom)
Nenhum comentário:
Postar um comentário