En 1959, Bill Evans escribió, en las liner notes de Kind of blue, sobre los retos
de la improvisación grupal. Quizá por encima de las dificultades técnicas
de la creación colectiva espontánea, Evans puntualizaba la necesidad humana y
social de «simpatía» entre los participantes, para lograr un
resultado común. Para el pianista de
Nueva Jersey, esa dificultad quedó resuelta bellamente [¡y de qué manera!] en
las sesiones del 2 de marzo y 22 de abril de aquel afortunado año para el jazz.
En Overnight Medley (ARC Edições,
2014), los poetas Floriano Martins (Brasil, 1957) y Manuel Iris (México, 1983),
de alguna manera sobre el mismo planteamiento de Evans, presentan a lo largo de
sus páginas:
Un libro sobre jazz que es el mismo jazz. La
improvisación pero también la fusión. Algo imposible sin la amistad, la sinceridad,
el sentido absoluto de donación, de entrega. (p. 223).
Overnight Medley es un poemario trilingüe (español,
portugués e inglés) dividido en cuatro partes: Footprints, a cargo de Iris, entre otros poemas recupera las
semillas de este proyecto a cuatro manos; poemas que son, también, de los
primeros del escritor mexicano, nacidos como una manera de entender la música y
dan “testimonio de una reacción emotiva a un estímulo también emocional.” Iris
se hace de una serie de textos que visitan a Ellington, Mingus, Coltrane, Monk,
Gillespie y más. En diez poemas regala postales diversas, riqueza de voces,
personajes, situaciones. Finalmente, su mirada –curiosa– no abandona el
erotismo sutil pero contundente y bien logrado (sabroso, pues). Un
fragmento de mi favorito, “Round midnight”:
Thelonius Monk ha
atado los extremos de la media noche
para iniciar la
variación de los andamios
que se alargan de
tu hablar
a tu gemir de
orgasmo
al primitivo
tiempo de los
otros
los pre-humanos
que se aman
contemplando el fuego. (pp. 69-70).
Giant Steps, capítulo de Martins, deja cuenta del “registro
natural de [sus] preferencias musicales”, e incluye a músicos como Ayler,
Cannonball Adderley, hasta Sun Ra; pasando por selecciones menos «ortodoxas»,
como Pascoal, Piazzolla y Zappa. Siendo este libro mi primera lectura del
brasileño, confieso que casi logra engañarme con el orden alfabético, por
nombre de pila de los músicos, en el índice de Giant Steps. En
palabras de Iris, independientemente de su edad, Martins es “un poeta joven e
irreverente” que juega (y disfruta como niño) con las palabras, sin perder un
gramo en la maestría de su oficio poético. Me provocó de inmediato el deseo
mortal de aprender portugués para leerle en su lengua materna, que –aun sin
entender del todo– al pronunciar los poemas, suenan riquísimos. Acá un
fragmento de su texto “Cannonball Adderley”:
Lo que amo es una
alegoría inquieta un pronombre
desprendido del lenguaje
lo que amo es una
cuenta de risas y no exige nada de mí
lo que amo por
suerte no sé donde se encuentra
libro que comienza
en el epílogo
a salvo de sí
mismo. (p. 112).
En Mi favorite things, Martins e Iris le
apuestan a la técnica de la escritura automática, propuesta de Bretón y los
surrealistas, como equivalente a la improvisación jazzística. Y en una serie de
poemas que surgen de temas de jazz, como “So what”, “Meditation for Moses”,
“Lost” y “The procastinator”; construyen, al alimón, imágenes que deleitan lo
mismo que estremecen. De “Memories of you”, una probadita:
y eres eso: la
memoria de una mano
acariciando el
lomo
y eres eso: la memoria
entre dos cuerpos
que se acercan al límite
de los
espejos
y eres eso: la dulce
memoria de los
fuegos
y el camino (p. 157).
Y cierran con Don’t eat the yellow snow, un diálogo con sabor epistolar
donde Floriano y Manuel develan los orígenes y el proceso de conformación de
este poemario; las delicias tras bambalinas de sus páginas. Un guiño al lector.
Una concesión generosa, que pocas veces encontramos en los libros.
La relación entre jazz y literatura no es cosa
nueva. Ya desde sus orígenes Ginsberg, Kerouac y la generación beat, en Estados Unidos; o
Cortázar desde Latinoamérica, por ejemplo; han dejado amplio testimonio de los
paralelos entre ambos. Para el autor de Rayuela, no podría encontrarse
otro género musical con mayor similitud al surrealismo literario que el jazz:
el ritmo y la inspiración como elementos presentes, tanto en la escritura
automática como en la improvisación; el impulso total. Y, por su parte, los beats
asimilaron al jazz como método literario y forma de vida, llegando a
autopercibirse como “jazzistas de la
literatura”.
Como neófita en los saberes
musicales, pero hedonista ávida y voraz escucha de jazz; además de lectora
irredenta, no puedo más que celebrar, llena de un gozo indescriptible, que
Martins e Iris coincidieran sobre el pentagrama de la vida. Que juntos
decidieran publicar este libro que “a partir de la experiencia del jazz,
refleja las posibilidades de la amistad, y el amor a la poesía.”
Celebro el Overnight Medley, como celebro una reunión entre amigos
entrañables. Me encuentro entre sus páginas, como niña en tienda de dulces,
llena de asombro y emoción. Y lo recorro despacio, para dejar que los poemas
suenen, estremezcan y lo inunden todo. Sí, la vida es asunto sencillo: jazz y
poemas ¿para qué buscar más?
[2014]
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