Mi
imaginario del Brasil se repite en blanco y negro cinematográfico: solitarios
sertões y angulosos rostros de cangaceiro, mirando con ojos inexcrutables…
Imagen demasiado tópica, tal vez; pero es la que ahora regresa, en este rostro
inquietante pero de noble cordialidad al mismo tiempo, de un escritor nacido en
el más septentrional de los paralelos de aquela vasto territorio: Floriano
Martins (1957), recluido en su Fortaleza (Edo. de Ceará), pero disgregado por
todos los vientos y lenguas que configuran esa otra imagen de vigoroso y
desbordado mestizaje con que Brasil me regala, a través de aquella visión del
mito órfico, en medio de oleadas de ritmo y violencia escondida, de nuevo con
el cine. Si Guimarães Rosa, también Jorge Amado. Sobre mi mesa, tres, cuatro
libros de este joven pero maduro escritor indesmayable, invencible, a quien me
complazco en recomendar. Nunca acota el territorio de su obra; con derrochadora
generosidad nos lo abre y regala a todos, para que convivamos con su
entusiasmo: un banquete intelectual imposible de saborear si no es
abandonándonos a la fuerza explosiva de los sentidos: fecundidad imparable; más
que entusiasmo, una pasión de verdad lúcida.
Por la poesía, ante todo. Y, a través de ella, por el bullir de la
palabra y su prodigiosa disgregación de sentidos. Pasión, luego, y no menor,
por despejar interrogantes y abatir muros de recelo y torpe incomprensión que
dificultan nuestro reconocimiento en la manquedad atlántica que nos prolonga en
un doble viaje (encuentro, aceptación) tenazmente negado (o desfigurado) más
que por las débiles convenciones políticas, con sus censurables componendas,
por el recelo del poder literario o cultural, mucho más intransigente por el
primero, parapetado trras un discurso cínico: su máscara más mentirosa. La
mentira no figura ni en el código estético ni en el equipaje ético que
sostienen la escritura desprendida y generosa de Floriano Martins. Digo, en su
poesía, Alma em Chamas, como titula
su obra reunida. ¿Alma suya, o más bien de la palabra que brinda ese aliento
único, fervoroso? Nada de presunción narcisista, “diálogo com o mundo […]
fecundo em sua multiplicidade”. Nada de enajenación y aislamiento (esa
torpieza), reclamo de, y convivencia con, diversidades y diferencias, sean en
la escritura, en la música, en la pintura: un palimpsesto por el que se
persigue, a tientas, como en un bosque enmarañado, un sentido para la palabra
que lo es, por ello, para la vida.
Y como en su poesía, en el oficio agudo de lector. Como hiciera Borges,
Martins nunca se declara buen escritor, “pero un buen lector sí, lo cual es más
importante”: ha recorrido de norte a sur el complejo mapa de la poesía
iberoamericana, inquiriendo por sus más intrincadas razones (ejemplar, su Escritura Conquistada, diálogo
suculento, otro banquete, con poetas de las dos tradiciones); se ha acercado,
incluso, a nuestras pequeñas islas atlánticas de acá, leyendo con atención y
amor y respeto a Agustín Espinosa, a Alonso
Quesada, pero también a Luis Feria, a Manuel Padorno, a Lázaro Santa, a
Eugenio Padorno o Andrés Sánchez Robayna. Lo tengo por uno de los nuestros;
tanta clarividencia há puesto en ese ejercicio, no en vano se sabe habitante de
ese triángulo de espejos en donde nos reconocemos multiplicados. Hace muy poco,
ha traducido – con soltura y delicadeza notables – una selección de poemas
amorosos de García Lorca…
Pero también se vuelve sobre lo que le es más próximo: en su lectura de
la poesía brasileña, acierta con el diagnóstico al resistirse a la convencional
ordenación y a sus tópicos referentes (Oswald de Andrade, Carlos Drummond, João
Cabral…), para decirnos que allí también son voces dignas de recordación José
Alcides Pinto, José Santiago Naud, Ivan Junqueira, Uílcon Pereira, Sérgio
Campos…; no disimula su malestar ante el cómodo mimetismo de un decir general que allí, también, parece
extenderse como plétora: ¿“Terá a cópia da cópia cem anos de perdão?”, se
pregunta com no disimulada ironía; la misma con que invierte el título paciano
(La búsqueda del comienzo) para
aproximarse al surrealismo latinoamericano, en unos breves pero muy
sustanciosos ensayos: Escrituras
Surrealistas. O Começo da Busca. Homenaje, pero no ditirambo. Lectura seria
de Enrique Molina o del grupo chileno Mandrágora,
de Moro o Westphalen, de Sánchez Peláez o Ludwig Zeller o Raúl Henao, de la
subversiva escritura de los venezolanos que habitaron bajo El techo de la ballena o dibujaron El perfil y la noche… El otro rostro, menos expuesto y celebrado,
del surrealismo americano que no parte – como bien dice – de una derrota como
en Europa, sino de “uma exacerbada fé em seu próprio destino”. Nihilismo,
aquél; éste, prosperidad.
Imparable Floriano Martins, lleno de innumerables proyectos; entrañable
Floriano Martins: nos honra con su amistad, sin habernos visto jamás; y sin que
el interés medie en la relación, exagera – excesivo siempre – la fe que pone en
nuestra propia aventura crítica. Recomendable Floriano Martins: su apuesta no
es por el éxito, sino por el trabajo bien hecho, por una sinceridad sin
componendas, aunque ello – las más de la veces, en esta feria de vanidades de
la literatura – se vuelva en su contra. Su palabra como entrega siempre: una
palabra dada. Merece este reconocimiento, y nuestra gratitud.
[1999]
Nenhum comentário:
Postar um comentário